YELLOW MELLOW
La mas concentrada y depurada destilación del talento de Dennis Potter,
"summa" no solo de su obra sino también de su vida. Historia
autobiográfica (el propio Potter padecía la psoriasis artrítica que
lleva al protagonista al borde de la cordura y hay numerosos detalles
sobre la infancia del autor o sobre el oficio de escribir) y
profundización radical en los mecanismos de la ficción y el
funcionamiento de la mente, a un tiempo fantasiosa y lúcida. Este
"Watchmen" de la televisión (cómic con el que guarda multitud de
paralelismos, siendo ambos auténticas inmersiones en sus lenguajes
correspondientes, de los que exprimen todas sus posibilidades formales y
narrativas) a la vez post-moderno (referencial y metalingüístico) y
puramente original, se construye sobre cuatro planos de realidad/ficción
distintos pero intercomunicados: un escritor hospitalizado y casi
inmóvil (preso en su propia piel) acosado por bailongas alucinaciones y
que reformula una novela propia en la que es un detective "crooner" que
acepta "los trabajos que los que no cantan dejan pasar" envuelto en una
tópica y opaca trama "pulp" de espías y crímenes sexuales que se mezcla
con los recuerdos de su infancia durante la 2ªGM, funcionando estos como
espejo y clave de la historia de misterio, siendo de este modo y a
través de la ficción y el recuerdo entremezclados y confundidos, el
detective de su propia vida en un mundo donde "todo son pistas y no hay
soluciones". Por si fuera poco se añade una línea más, completamente
paranoica, sobre su ex-mujer un abyecto amante y un guión; “El detective
cantante". Los niveles funcionan como vasos comunicantes en una
mecánica de piezas que empujan y mueven otras, en la que nada es
gratuito (ni un nombre, ni una frase, ni un detalle) y donde los eventos
de una línea encuentran su continuación o su contrario en otra dentro
de una construcción formal diamantina. El resultado son seis horas
apabullantes, perfectas, aunando sátira, drama psicoanalítico, comedia
musical, literatura barata, sordidez o terrores infantiles (con
influencias mil, de Pirandello a Terence Davies, de "Spirit" a Rodgers y
Hammerstein) pero principalmente una inmersión total en la memoria, el
recuerdo y por tanto en la narración y la creación, por momentos
cristalina, por momentos completamente abstrusa, siempre genuina. Un uso
obsesivo de la repetición (escenas, diálogos, imágenes, actores,
canciones...) sobre la que se va añadiendo información y pequeñas
variaciones (gran trabajo de Jon Amiel en la dirección, sabiendo
adaptarse visualmente a los distintos tempos y necesidades pero a la vez
dejando que se contaminen) y sostenida además por una personificación
(doble) de Michael Gambon imposible de adjetivar y una utilización
magistralmente dramática de la música (que se refiere encima a la obra
anterior del autor). En definitiva una obra inagotable, a la vez
divertida y perturbadora, compleja y accesible, no ya una obra maestra
sino una genuina obra de arte.