No es frecuente en el cine –y menos en el de los últimos años-, encontrar títulos que, despegándose de una estructura narrativa más o menos convencional, parezcan fluir en sus fotogramas. Son escasos títulos cuyos meandros argumentales parecen carecer de importancia –aunque en realidad ello no sea así-, exteriorizando su discurrir en una aparente sencillez, bajo la que se esconde el trasluz de todo un tratado de materia existencial. Cada uno tendrá sus propios referentes –personalmente citaría dos, THE BIG SKY (Río de sangre, 1952. Howard Hawks) o la más reconocida THE RIVER (El río, 1951. Jeasn Renoir)-, y entre ellos no dudo en señalar la excelente BEFORE MIDNIGHT (Antes del anochecer, 2013), tercera de las entregas que, de manera casi improvisada, se fue gestando en torno a dos personajes que aparecieron por vez primera en BEFORE SUNRISE (Antes de amanecer, 1995) –que reconozco en su momento no provocó en mi un excesivo entusiasmo; quizá una revisión mejoraría dicha impresión inicial-. Ellos eran Céline (Julie Delphy) y Jesse (Ethan Hawke), dos estudiantes que tenían en encuentro en tren en Viena, estableciendo una relación de apenas unas horas que se perdía con el paso del tiempo. Nueve años después, BEFORFE SUNSET (Antes del atardecer, 2004), proponía el reencuentro de aquellos efímeros amantes y convirtiéndose en pareja estable, dentro de un relato de admirables contornos. Nueve años más han tenido que transcurrir, para mostrarnos lo que se establecía como un marco ilusionante, dentro de un nuevo perfil; el de una unión ya consolidada, para la cual los fulgores del amor inicial han empezado a perder su brillo. Jesse tiene dos niñas de Céline, y en el inicio del film acompañará al hijo mantenido con su primera mujer de regreso a Estados Unidos, tras un verano conviviendo con su padre y esposa en Grecia, donde ambos han atendido una invitación de seis semanas por parte de un veterano escritor.
A partir de dicho inicio, BEFORE MIDNIGHT se estructura en torno a apenas cinco grandes secuencias, rodadas con una absoluta despreocupación –que no descuido- formal, a través de las cuales se destila un autentico continuum de obsesiones, no solo procedentes del mundo temático y formal atesorado por ese excelente y sorprendente realizador que cada día más es Richard Linklater, sino ayudado por la implicación que de manera pasmosa y al mismo tiempo revestida de absoluta naturalidad, se ofrece por parte de sus dos principales intérpretes. En pocas ocasiones la pantalla permite ejercicios de la aparente simplicidad y, al mismo tiempo, honda sinceridad, que manifiesta instante a instante, esta magnífica película –sin duda uno de los grandes títulos de 2013-, a la que nadie se la ha ocurrido emparentar con otra valiosa visión desencantada de la vida de pareja, vista esta en forma de comedia y desde un prisma menos opuesta de lo que pudiera parecer –me estoy refiriendo a THIS IS 40 (Si fuera fácil, 2013. Judd Apatow), algo inferior en sus logros al referente que comentamos-. El film de Linklater no oculta en ningún momento la querencia del cineasta por temas como la fugacidad de la existencia, o la relatividad de los sentimientos. Cuestiones que introduce con pasmosa facilidad en una puesta en escena de enorme complejidad bajo su aparente sencillez, en la que destacan auténticos tours de force cinematográficos, expresados en extensísimos planos secuencia –como el que, con la pequeña interrupción del inserto de unos planos de una ruinas, ocuparán un dilatado tramo del primer tercio del film-. Un fragmento en el que los diálogos, la complicidad y también un cierto grado de desencanto, se irá vislumbrando, según vamos integrándonos en la cotidianeidad de sus impresiones y pensamientos de esa pareja acomodada, integrada en un contexto cultural y creativo en teoría gratificante y soltura económica. En definitiva, con todos los planteamientos para disfrutar de una felicidad plena…
Y sin embargo ni con todos estos elementos, se puede dejar de atisbar de forma creciente, como la felicidad en realidad es el privilegio de unos instantes. Quizá del recuerdo de un pasado que se escapa de las manos a nuestros aún jóvenes protagonistas. Para ellos quizá ya haya pasado la luz de ese sueño anhelado por todo ser humano bajo la advocación del amor y llegue, por el contrario, el capítulo de la dura convivencia. En más de un momento, aquellos que hayan seguido esta trilogía, tendrán la sensación de que Linklater asumiera en ambas lo que Stanley Donen y Frederick Raphael plasmó de manera inolvidable en TWO FOR THE ROAD (Dos en la carretera, 1967. Stanley Donen) Pero si en aquella ocasión Donen eligió una estructura insòlita de tiempos fragmentados, heredada de la Nouvelle Vague de la época, el destino quiso que a Linkjlater, Hawke y Delphy –ambos guionistas del film- ofrecerlo en tres entregas complementarias… que quizá en el futuro tengan una oportuna continuidad.
En esta ocasión, es ese aura del desencanto el que poco a poco irá apareciendo en el seno de un matrimonio, centrado por un lado en el hecho de Jesse de tener que verse alejado de la vida de su hijo, o el papel de Cèline de ceder siempre ante la supuesta fama de su esposo. En realidad el conjunto del film se articulará, como señalaba al inicio de estas líneas, en una sucesión de conversaciones de creciente alcance punitivo, irónicas, sinceras y penetrantes, en las que se exteriorizará de manera sutil, el estado interior de una pareja que en su apariencia exterior lo tiene todo para poder proseguir su sendero en común, pero que poco a poco va dejando entrever las grietas de una relación que se transforma. Sin dejar de acudir a una sutil referencia a VIAGGIO IN ITALIA (Te querré siempre, 1954. Robert Rossellini), uno de los títulos clave a la hora de mostrar el desencanto en las relaciones matrimoniales, nuestros aún jóvenes protagonistas van comprendiendo en tierras griegas, que poco a poco su brillo y capacidad de disfrute se va diluyendo en ese casi invisible envejecimiento que, casi sin pretenderlos, los llevará al ocaso de sus vidas. Esa sensación se mantendrá latente en sus conversaciones mientras caminan, en la larga secuencia previa junto a los amigos con los que han convivido durante varias semanas. Hablando sobre lo efímero de la existencia, el pasado, la evocación… Todo un rosario de conceptos y sensaciones que se van desgranando con un pasmoso sentido de verdad cinematográfica, como si ello procediera del sentido último del alma de sus dos protagonistas.
Solo habrá dos excepciones en el discurrir de esas largas secuencias. Dos instantes en donde parece que el tempo del film se detenga –curiosamente ambas desarrolladas frente al mar-. En la primera de ellas Jesse recibirá un mensaje por su móvil, que acusará en silencio, aunque más tarde confiese a su esposa que en él le han notificado la muerte de su muy anciana abuela. El fantasma de la fugacidad de la existencia aparece de forma tan elegante como honda, como lo hará más adelante en el que considero el fragmento más hermoso del film. Se trata de aquel en el que los dos esposos contemplan el atardecer del sol. El movimiento que hasta entonces registraba el relato se detiene en una planificación casi ceremonial en planos fijos. En la mirada de los actores se vislumbra claramente el reflejo del reconocimiento de ese nuevo estado al que han de reconducir su existencia, y que tendrá su detonante en el fragmento final, donde se expondrá con crudeza la realidad de esa relación que se han empeñado en mantener como idílica. Los reproches entre ambos aparecerán en toda su magnitud, hasta el punto de reconocer Céline en un arrebato de sinceridad a su marido que no lo quiere, huyendo de esa supuestamente idílica noche de hotel que les habían brindado sus amigos, y que tendrá todas las trazas de convertirse en un fracaso.
En pocas ocasiones, el cine ha sabido transmitir la sensación de transformación en el compromiso de un matrimonio que se ha convertido en una frustración o la negación de la evolución de los sentimientos, y que junto a los dos títulos señalados, personalmente encuentro tiene referentes tan valiosos como THE HAPPY ENDING (Con los ojos cerrados, 1969. Richard Brooks) o la previa THE MARRYING KIND (Chica para matrimonio, 1952. George Cukor). El film del imprevisible y al mismo tiempo lúcido Linklater, deja abierta una puerta a la esperanza, con ese emocionante movimiento de grúa en retroceso. Una pequeña y hermosa concesión al romanticismo, quizá vislumbrando nuestros dos protagonistas que su modo de entender sus relación, pasa necesariamente por un nuevo estadio de compenetración, y en el que la luz de la felicidad, deje paso a la seguridad del conocimiento mutuo. El que el cine haya permitido cerrar con similar o incluso más severa conclusión otras propuestas, no impide reconocer la lúcida, sincera y atrevida propuesta formal y temática, con la que concluye esta insólita trilogía. Una trilogía con la que quizá me quedaría con el segundo de sus capítulos, sin por ello dejar de reconocer las excelencias del que comentamos, al tiempo que desear que en un futuro pueda fraguarse una continuidad a la misma. Sería sin duda el triunfo de una de las experiencias más singulares y atractivas brindadas en el cine de los últimos años, la confirmación de la enorme personalidad de Linklater, y la absoluta identificación de dos intérpretes que llegan a lo mejor de su terreno como tales; la sensación de ser ellos sus propios personajes. BEFORE MIDNIGHT es un en ocasiones doloroso canto de sinceridad en torno a la ruptura y la fragilidad de la felicidad conyugal, y el reconocimiento de la transformación de la misma en otro estatus, sin duda, más prosaico, y al mismo tiempo menos romántico.
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