viernes, 31 de enero de 2014

TEMPESTAD SOBRE WASHINTONG, en Ciclos de cine

Una de las virtudes de Otto Preminger, como productor-director independiente, fue la valentía a la hora de abordar en sus películas un buen número de temáticas controvertidas de forma objetiva y en profundidad. En “Tempestad sobre Washington” el director austríaco nos ofrece un pormenorizado retrato de la clase política norteamericana y de las luchas de poder, más sucias que limpias, que se gestan en los salones y pasillos de la Casa Blanca y el Capitolio.
Amparado en su habitual claridad narrativa, y valiéndose de un extraordinario reparto coral en el que destacan estrellas de la talla de Henry Fonda, Charles Laughton o Gene Tierney; Preminger da buena cuenta de los principios y mecanismos que mueven la maquinaria política de Washington, y se vale de una exposición casi pedagógica de los mismos, para realizar una severa crítica a la clase política estadounidense; una crítica fácilmente extensible a la clase política de cualquier democracia occidental.

FICHA TÉCNICA: TEMPESTAD SOBRE WASHINGTON “Advise & Consent”
AÑO: 1962. DURACIÓN: 139 min. PAÍS: Estados Unidos.
DIRECTOR: Otto Preminger.
GUIÓN: Wendell Mayes. Música: Jerry Fielding.
FOTOGRAFÍA: Sam Leavitt (B&N).
REPARTO: Henry Fonda, Charles Laughton, Don Murray, Walter Pigdeon, Lew Ayres, Franchot Tone, Peter Lawford, Burgess Meredith, Gene Tierney, George Grizzard, Paul McGrath, Inga Swenson.
PRODUCTORA: Columbia Pictures. Productor: Otto Preminger.
GÉNERO: Drama. Política.

SINOPSIS: El presidente de los Estados Unidos propone a Robert Leffingwell como secretario de estado; nos encontramos en plena guerra fría y Leffingwell, un intelectual independiente y de ideas avanzadas, es el hombre en el que el presidente confía para continuar sus políticas en pro del diálogo y de la no beligerancia con el bloque comunista.
Antes de ocupar su cargo el candidato presidencial debe ser revalidado por una mayoría de los senadores que componen el Capitolio, pero conseguir esa mayoría será una misión complicada, ya que un nutrido grupo liderado por el ultraconservador senador por Carolina del Norte, Seabright Cooley, se opondrá con vehemencia al ascenso de Leffingwell.


En 1962 Otto Preminger estrenaba su adaptación de la novela “Advise & Consent” escrita por Allen Drury y ganadora del Premio Pulitzer en el año 1959. El realizador y productor independiente se encontraba en la cresta de la ola de su carrera tras enlazar sus dos mayores éxitos Anatomíade un Asesinato(1959) y “Éxodo” (1960).
Corrían buenos tiempos para el trasgresor Preminger y en “Tempestad sobre Washington” repetía, una vez más, la formula cinematográfica que tan buenos resultados le había dado: Un sólido guión eminentemente crítico con el sistema y en el que se afrontan sin tapujos temas espinosos o directamente considerados tabú; más un plantel de buenos intérpretes, jóvenes y veteranos, en el que destacan una o varias estrellas; y por supuesto su particular estilo narrativo, caracterizado por la objetividad en la exposición, un estilo abierto que invita al espectador a extraer sus propias conclusiones.

Si bien la película no alcanzó las cotas de popularidad de sus precedentes, sí podemos afirmar que en calidad cinematográfica les va a la zaga; si bien no es una película tan redonda como Anatomía de un Asesinato sí es, a mi juicio, superior a “Éxodo” y sorprendentemente mucho más entretenida.
Viene al caso apuntar aquí que Peter Bogdanovich en una de sus entrevistas, casualmente preguntaba a Preminger si valoraba más una película de éxito comercial, como Anatomía de un Asesinato, respecto a otra, como “Tempestad sobre Washington”, que no había cumplido las expectativas comerciales que se le presuponían; a lo que Otto respondía: “Yo no me pongo a pensar: ¿Esta película es buena o es mala? Eso lo dejo para los que escriban mi necrológica, que se preocupen ellos de esas cosas… si me pusiera a analizarlo, personalmente pienso que “Tempestad sobre Washington” es mejor película que “Anatomía de un Asesinato”. Además cuando hablamos de éxito estamos hablando de taquilla y una película que no atrae a muchos espectadores no tiene porque ser un fracaso. Si consigo transmitir lo que quiero transmitir, para mi la película ha sido un éxito.”



Para la elaboración del guión Preminger contó con Wendell Mayes con el que ya había trabajado en Anatomía de un Asesinato.
Mayes realiza un gran trabajo a la hora de adaptar la novela; consigue la difícil misión de guiarnos a través una compleja trama de intriga política enriquecida con elementos dramáticos, gracias a los diálogos e interacciones de un considerable número de personajes magníficamente dibujados. Y por si fuera poco, y esto es de especial interés para los espectadores que desconocen el funcionamiento de la democracia presidencialista norteamericana, describe de forma notable las competencias del Senado como supervisor de las políticas presidenciales y sus mecanismos de funcionamiento (ya sean transparentes o subterráneos).
Mayes y Preminger integran de una forma fluida y didáctica todo este caudal de información, imbricándolo desde el inicio del metraje con suma eficacia dentro de la trama; todo un acierto ya que sin estas explicaciones la película hubiera quedado francamente lastrada.

En una entrevista del año 1966 Preminger comentaba al respecto: “Yo creo que la parte interesante de la historia consiste en mostrar como funciona el Gobierno Norteamericano. En la película hay una crítica muy dura a nuestro sistema de gobierno, y el hecho de tener libertad para hacer eso es fenomenal. Parece mentira que el gobierno permitiese hacer una película como esa, este film demostró que, con todas las quejas que se escuchan, este país es el único país libre, el único en el que hay libertad de expresión”.
Curiosas afirmaciones estas y más viniendo de un europeo que una y otra vez había espoleado con sus películas a la sociedad americana y a su establishment… Lo que si queda claro es que el bueno de Preminger, desde su independencia, hizo un buen uso de esa libertad de expresión que tanto alababa.


El motor argumental de la película, que además es el culpable de desencadenar la tempestad que da título a la versión en castellano, es la designación por parte del presidente de los Estados Unidos (Franchot Tone) del progresista Robert Leffingwell (Henry Fonda) como secretario de estado; el presidente convaleciente de una grave enfermedad cardiaca ve en Leffingwell al mejor heredero para consolidar su política exterior a favor de la no beligerancia.
Como la designación de Leffingwell debe ser refrendada por votación en el Senado, el jefe del partido que ostenta la mayoría en el Capitolio (Walter Pidgeon) ejerciendo su función de consolidar las políticas presidenciales, comienza a cerrar alianzas con otros senadores para conseguir la tan necesaria victoria en las votaciones.
Pronto surgen disensiones dentro del propio partido y el veterano senador Seabright Cooley (Charles Laughton), se alza como un fuerte opositor a la designación de Leffingwell. Los motivos de esta oposición parten de un planteamiento político conservador y anticomunista, pero van mucho más allá, ya que se mezclan con un deseo de venganza personal contra el propio Leffingwell por antiguos rifirrafes políticos.
Cooley en la sesión del Senado cuestionará la blandura de sus planteamientos en política exterior e insinuará en el candidato un sospechoso exceso de simpatía por el “enemigo comunista”.
Para despejar cualquier duda sobre la idoneidad del candidato presidencial se acabará creando una comisión especial, presidida por el joven y rígido senador por Utah Brigham Anderson (Don Murray), que se encargará de investigar el pasado de Robert Leefingwell y le someterá a entrevista en una sesión extraordinaria del Senado.
En paralelo a la investigación dará comienzo una guerra sucia entre los partidarios de ambas facciones y en ella la mentira, el encubrimiento y la coacción serán moneda de uso corriente. Leefingwell y Anderson sufrirán fuertes presiones al ser amenazados con revelar elementos de su pasado, ya que si éstos finalmente acabaran por hacerse públicos destruirían algo más que sus respectivas carreras políticas.


Al contrario de lo que cabría suponer la cuota de pantalla esta repartida de una forma poco jerarquizada, estrellas y actores de menor popularidad se reparten de forma coral el peso interpretativo, dejando a la cinta huérfana de claros protagonistas; y esto es algo que nos da pie a afirmar, sin miedo a equivocarnos, que el verdadero protagonista es Washington, el Washington de las intrigas políticas.

La película está fragmentada en dos partes:
La primera parte es claramente expositiva, en ella Preminger nos presenta las líneas maestras de la trama, a los personajes y el funcionamiento del Senado.
En esta primera parte el tempo narrativo es dinámico sin llegar a ser acelerado, Preminger utiliza sus habituales planos secuencia con unos virtuosos movimientos de cámara para perseguir a los políticos en sus idas y venidas por pasillos, fiestas, oficinas y domicilios particulares.
También se toma su tiempo con planos explicativos, encuadrando escenas corales con planos generales o bien planos medios, en las que los intérpretes mantienen extraordinarios diálogos y monólogos, que sirven para guiarnos a través de lo que podíamos denominar, parafraseando el título de Altman, “El Juego de Washington”: Una batalla de salón entre políticos en la que se alternan el intercambio de golpes de oratoria en las sesiones del senado y las intrigas entre bastidores, con las cenas, fiestas y partidas de cartas donde todos se comportan como viejos amigos.


Ajeno a toda la camarilla senatorial permanece Robert Leefingwell; el personaje interpretado por Henry Fonda se erige como coprotagonista en la primera parte de la película junto a Walter Pigdeon y al gran Charles Laughton.
Fonda, es el de las grandes ocasiones; sobrio, intenso, desplazándose por la escena como sólo él sabe hacerlo; encarna al honesto y capaz Robert Leffingwell, un hombre de mente abierta, perfecto conocedor de las reglas del “Juego de Washington” y poco dado a participar en el mismo ya que prefiere mantener su plena independencia.



Charles Laughton, en el que sería el último papel de su dilatada y exitosa carrera, encuentra en el viejo y reaccionario senador Seabright Cooley uno de esos papeles hechos a su medida. Su composición del personaje abarca registros que van desde el animal político, al simpático veterano con sonrisa de niño travieso, pasando por el patriota airado.
Cooley es a la vez opuesto y Némesis de Leefingwell; cínico y taimado, pero capaz de conmovernos con su oratoria de grandes y emotivas frases.



En esta primera parte también son dignas de mención las interpretaciones de Walter Pigdeon como el senador jefe del partido mayoritario y de Franchot Tone que se encarga de ponerse en la piel del casi todopoderoso presidente de los EEUU. Ellos encarnan al Príncipe y a su Maquiavelo, ambos son personajes arquetípicamente premingerianos difíciles de encasillar en cuanto a su moralidad.

En la segunda parte del film predominan los elementos dramáticos y el tono empleado por Preminger para la narrar se acelera progresivamente, cargándose de tensión hasta llegar a un clímax trágico.
Aquí el maestro hace un uso notable de los planos secuencia, las panorámicas, los movimientos de grúa y sus célebres enfatizaciones con el zoom.
Todo ello estructurado linealmente, sin trucos de montaje, ensamblando una secuencia con otra con sus inestimables encadenados; estamos ante un realizador maduro, con un estilo completamente definido y depurado.
El protagonista absoluto de esta segunda parte es Don Murray, el senador Brigham Anderson presidente de la comisión investigadora; los hoy en día olvidados Don Murray e Inga Swenson (que interpreta a la sra. Anderson) están magníficos en sus respectivos roles de hombre atrapado en un conflicto moral que no sabe resolver; y el de devota esposa confusa y angustiada que trata de ayudar su marido; ambos aguantan todo el peso trágico de la película.



Mención especial en esta segunda parte para Lew Ayres, que interpreta al vicepresidente y para George Grizzard el arribista senador Van Ackerman; son dos personajes a los que Preminger se acerca, rompiendo su celebre distanciamiento, mostrándonos a dos individuos atípicamente polarizados en lo referente a su moralidad (Ayres en positivo y Grizzard en negativo); en ellos tenemos a dos raras avis dentro de la geografía de personajes realistas del director austríaco, donde no solemos encontrar malos ni buenos, sólo seres humanos.

Por último mención de honor para Saul Bass y sus expresivos títulos de crédito, esta vez saliendo de una esquemática representación de la cúpula del Capitolio abierta como una boca. Otra genialidad del maestro Bass.
Y como no para la voz de Frank Sinatra, que tiene a bien dejarnos escuchar unos cuantos compases de uno de sus temas especialmente compuesto para la película.



Y así finalizo esta reseña sin nada más que recomendaros, como siempre, el visionado de esta magnífica película del maestro Preminger; sólida, valiente, magníficamente interpretada y realizada.
Todo un alarde cinematográfico sobre un tema que hoy por hoy sigue siendo de máxima actualidad: los juegos de poder y las ambiciones de los políticos; que desgraciadamente poco o nada tienen que ver con los intereses y el bienestar de los ciudadanos a los que representan.



No hay comentarios:

Publicar un comentario