Chantaje en Broadway
es
una de esas películas de Hollywood que se salen demasiado de los cánones establecidos como para obtener en su tiempo el reconocimiento que merecen y que la posterior revalorización crítica termina por situar en
el
lugar que en justicia
le
corresponde. Aunque la célebre fotografía de James Wong Howe de las calles nocturnas de Nueva York evoca un paisaje sórdido que emparenta la película con
el
género negro, lo cierto es que, ni su estilo ni su
temática permiten adscribirla
a
ningún género en concreto.
La productora Hecht-Hill-Lancaster había obtenido ya algunos éxitos con películas como
Marty (Marty,
1955) y
Trapecio
(Trapeze,
1956), cuando
se
decidió a apostar en
firme por este corrosivo análisis del poder y la corrupción. Suyo es también el mérito de descubrir en actores como Tony Curtís y Sandy MacKendrick una serie de cualidades que nunca antes habían sido explotadas. Conocido sobre todo por su faceta de actor cachas, gracias a esta película, Tony Curtís pudo por fin presentar sus cartas credenciales como actor, realizando un retrato escrupulosamente fiel de un agente de prensa corrupto
y
ambicioso.
Por su parte, la fama que precedía a MacKendrick como responsable de algunas de
las
mejores comedias
de la
Ealing, desde
Whisky
Galore
(1948) hasta
El
hombre del
traje blanco
(The Man in the White
Suit,
1951), no hacía presagiar la habilidad con que supo teñir de suspense y de amenaza psicológica las sórdidas revelaciones extraídas de las cloacas del atractivo mundo
de los
medios de comunicación neoyorquinos. Los crispados diálogos que el guión pone en boca de la pareja formada por Clifford Odets
y
Ernest Lehman, la evocadora música de jazz de Elmer Bernstein y
el
elegante acabado de la película no han perdido nada de su atractivo, mientras que las cuestiones que plantea, seguramente, son más actuales hoy en día, cuando nada escapa a los implacables focos de los medios de comunicación, que cuando fue realizada. Con posterioridad, MacKendrick trabajaría
en
una película producida por Burt Lancaster,
El discípulo del diablo
(The
Devil's
Disciple,
1959), de la que finalmente sería reemplazado por Guy Hamilton, y volvería
a
reunirse con Tony Curtís en la comedia No
hagan olas
(Don'tMake Waves,
1967)
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