domingo, 26 de enero de 2014

LA ESPADA DEL MAL, por Daniel G. Rojo

Las tres primaveras del samurai negro

Cuando un espectador occidental se acerca a una película de samurais, espera encontrar en ella a un héroe de rectitud inquebrantable, que se mueva siguiendo un estricto código de honor, sangriento a veces pero siempre encaminado a la consecución de un fin honorable. Nada más lejos de la realidad en el caso de Dai-bosatsu tôge (o Sword of Doom, tal y como se la conoce fuera del mercado nipón), una película del realizador japonés Kihachi Okamoto, cuyo protagonista es un sanguinario espadachín, tan cruel como incapaz de albergar en su corazón el mínimo rastro de amor o compasión por los que le rodean. 

La cinta, filmada en 1965, está basada en la novela homónima 'El paso del gran Buda', una epopeya folletinesca de 41 volúmenes cuyo autor, Kaizan Nakazato, murió antes de poder concluir y en la que se narran las aventuras de Ryunosuke Tsukue, un samurai que recorre los últimos días del 'shogunato' japonés dejando un rastro de sangre y cadáveres a su paso. Aunque fuera de Japón el nombre de Ryunosuke Tsukue no diga mucho, en su país es un icono de la cultura popular tradicional. Desde la aparición de los primeros capítulos de la novela, en forma seriada, ésta se adaptó primero al teatro y después al cine en media docena de ocasiones. Dai-bosatsu tôge es la última encarnación fílmica del texto y en ella Okamoto selecciona varios de sus pasajes más importantes. 

La película transcurre a lo largo de tres primaveras, las de 1860, 1862 y 1863, en las que la espiral de violencia en la que vive Ryunosuke se va haciendo cada vez más y más profunda. A grandes rasgos, el argumento narra como este samurai de corazón negro, interpretado con una magistral frialdad por Tatsuya Nakadai, mata a otro de su casta en un combate organizado por una escuela de esgrima, tras lo cual huye con la mujer del finado, a la que había prometido dejar vencer a su esposo a cambio de pasar una noche con ella. En su errático peregrinaje por la isla del sol naciente, se convierte en mercenario a sueldo de uno de los muchos grupos que en aquella época conspiraban para mantener el 'shogunato' en pie, mientras es perseguido por el hermano del muerto, quien ha jurado vengarse del espadachín con la ayuda de su maestro, Toranosuke, interpretado por el legendario Toshiro Mifune, actor fetiche de Akira Kurosawa. 

Aunque los tres capítulos mantienen un hilo argumental, Kihachi Okamoto deja deliberadamente varios cabos sueltos y situaciones sin resolver, para perplejidad del espectador occidental que no esté familiarizado con la historia, hasta llegar al climax final, una verdadera orgía de sangre, que termina bruscamente con un fotograma congelado del samurai a punto de lanzar uno de sus mortíferos ataques. 

La figura de Ryunosuke está envuelta durante todo el metraje en un oscuro manto de misterio. Héroe o antihéroe, sus sanguinarios actos no obedecen a ningún objetivo concreto, incluso pueden parecer dictados por el destino, que utiliza al espadachín como instrumento de sus indescifrables designios. Ryunosuke es, en esencia, alguien malvado, un monstruo, una máquina de matar fría y calculadora. Su propio padre desea, en un momento de la película, que no hubiera nacido, al igual que su esposa, quien lo tilda de villano. «Conoce el alma para conocer la espada. Un alma malvada es una espada malvada», le dice el personaje de Mifune en una ocasión, como si estuviera leyéndole el pensamiento. Sin duda, la figura del asesino sirvió de inspiración a la infinidad de antihéroes surgidos en el cine a finales de los años 60 y, más abundantemente, en la década de los 70, y a directores como Sam Peckinpah o Sergio Leone, en los que puede rastrearse la influencia de la película de Okamoto, e incluso en John Carpenter, cuyos tres guerreros 'Tormenta' de Golpe en la pequeña China llevan los mismos amplios sombreros de mimbre que el samurai. 

Ryunosuke Tsukue es un maestro de la 'manera silenciosa', una técnica que consiste en dejar creer al adversario que se ha bajado la guardia para asestarle un golpe mortal en el momento en el que se encuentre más confiado. El estilo de 'kendo' del protagonista, caracterizado por una calculada coreografía de movimientos y pausas, tiene un fiel reflejo en la manera en la que Okamoto mueve la cámara y planifica encuadres, sobre todo en las escenas de acción, entre las que sobresalen dos momentos cumbre: un duelo en un bosque fantasmagórico, en el que Ryunosuke abate a más de una docena de enemigos, y la mencionada escena final, en la que aniquila a decenas de espadachines. La cámara de Okamoto se mueve con la precisión de los golpes del protagonista y retrata más de cien maneras de morir por la espada, sin obviar para nada momentos de extrema violencia —desmembramientos y chorros de sangre—, atenuados un tanto por la excelente fotografía en blanco y negro de Hiroshi Murai. 

Aunque menos conocida que otras películas de Okamoto, como Samurai (Samurai Assassin), Kira (Kill!) o Gekido no showashi: Okinawa kessen (The Battle of Okinawa), Dai-bosatsu tôge es un título importante del género de espada japónes, cuyo protagonista tiene el suficiente carisma como para encandilar incluso a los que presumen de haberlo visto todo. 


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