sábado, 8 de febrero de 2014

EL INCIDENTE, por Juan Israel Aldana Núñez


 
 LA VIOLENCIA ESTÁ EN EL AIRE
 
Joe y Artie son dos gamberros de poca monta que toman por la fuerza un vagón de metro con varias personas a bordo y no las dejan descender. Su única intención es provocar el terror en los pasajeros. Todos los que viajan en el vagón tienen un conflicto latente, que la presencia de los dos delincuentes hace salir a la luz.

Con un argumento tan simple como éste nos enfrentamos a una impresionante e incómoda película acerca de lo cobarde que somos los seres humanos cuando determinados abusadores abusan de nosotros o de los demás y en lugar de hacer algo, de enfrentarnos a ellos, tragamos, tragamos y tragamos sin lógica alguna.

Este es el tema principal la película, aunque también conlleve que todo aguante tiene un límite y hasta al más amenazador abusador antes o después tiene de vérselas con "la horma de su zapato".

Varios perfiles, bien trazados, entre saltos generacionales y exponentes de distintas clases sociales de una sociedad americana violentada, de moral desahuciada, comparten vagón de metro en Nueva York en una madrugada desquiciada.

Nos encontramos con un tren que atraviesa un túnel de prejuicios -homófobos, raciales y de toda índole-.

La inquietante cinta del director Larry Peerce encierra a 15 personas, entre ellos un soldado, una niña, una pareja de ancianos y un alcohólico comatoso.

En el caso de los dos gamberros protagonistas, sólo son la muestra poblacional de un sondeo social que advierte sobre la deshumanización en las grandes urbes.
Una representación social sin arrestos para organizarse, tender una mano y doblegar su cobarde hipocresía.

La primera parte de la película, menos el prólogo, parece una película pasable como mucho. Es una presentación de los personajes, pero necesaria para entender el comportamiento de ellos durante "El incidente".

Curiosamente la segunda parte se desarrolla al completo en el vagón del tren que parece transcurrir a tiempo real y que genera una gran sensación de claustrofobia. Interesante también algún toque ácido racista como el del final para una película diferente y muy recomendable.

Cuando están todos ya reunidos en ese vagón del metro, la atmósfera se va recargando cada vez más. La violencia se palpa dentro, y es eso lo que la hace cruda y terrorífica: que se palpa.

Hoy en día nos lo dan todo masticado, y ya no nos sorprende que salga un tipo con una recortada y le vuele la cabeza a otro. Ese es el error que nos inmuniza.

Bien dirigida y mejor actuada, cabe destacar a Martin Sheen como uno de los matones, en el que sería su debut en la gran pantalla. Además, destacar a Tony Musante, quien interpreta al otro matón y a Beau Bridges (hermano de Jeff Bridges), en uno de sus primeros papeles.

No entiendo como la máquina hollywoodiense no ha hecho un remake de esta película, creo que en la pregunta está la respuesta; no la hecho porque no puede con el contenido.

Es más sencillo centrar la atención en el 3D, los efectos especiales y los argumentos leves y pasotistas. Es una lástima que una película como ésta no sea casi conocida, porque a mi desde luego me parece una auténtica joya.

Como gran curiosidad, aunque no lo he comprobado, las autoridades del Metro de Nueva York no dieron permiso para filmar en sus vagones, y todas las escenas fueron rodadas de forma clandestina, lo que puede notarse durante la película en los fallos de iluminación de algunos momentos; aunque a la larga le dio un mayor realismo, además de hacerla más incómoda.
 

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