Soy un profundo admirador del anime
japonés. Allá por inicios de los años noventa el cine de animación
nipón, que los aficionados de por aquel entonces no dudábamos en
denominar como manga, apenas era una isla rodeada por la marea del
dibujo animado estadounidense. No obstante, las televisiones privadas
aprovecharon su escasez de presupuesto para apostar por otros mercados
diferentes al monopolio americano, introduciendo así en masa las grandes
series animadas creadas por los principales estudios del lejano
oriente. Si nos centramos en términos cinematográficos, fueron los
noventa la década que permitió aterrizar en nuestro país al cine del
Studio Ghibli y por tanto a su fascinador y singular universo, el cual
para un espectador occidental no acostumbrado al profundo humanismo
adulto del dibujo japonés era ciertamente cautivador.
Me maravilla como los japoneses han
sabido utilizar el arte animado para verter sobre el mismo historias
ajenas al universo infantil, mezclando con una maestría propia de los
grandes artesanos la mirada inocente que desprende el formato anime con
historias turbias y oscuras, emanadas directamente del mundo de las
pesadillas y los traumas, legando así obras imperecederas que se han
quedado grabadas en la memoria. Es el caso por ejemplo de la demoledora La tumba de las luciérnagas, película
que con un estilo poético insuperable dibujaba un esbozo cruel sobre
las heridas que sajaron la vida de los japoneses durante y tras el
Holocausto Nuclear de Hiroshima y Nagasaki.
Sin embargo, La tumba de las luciérnagas
no fue la primera obra animada en ubicar su trama en la memoria del
Holocausto. Años antes el cineasta japonés Mori Masaki tuvo la valentía
de sacar a la luz una de las obras más excesivas, perturbadoras,
devastadoras, terroríficas y brutales de las que ubicaban su sinopsis
alrededor de los traumas que dejó tal infame acontecimiento en la mente
de los testigos supervivientes. Y es que Hiroshima no solo fue
el germen que dio lugar a la obra maestra de Isao Takahata, sino que
podríamos calificarla como el reverso tenebroso y visceral de la misma.
Pocas películas del anime japonés me han provocado un vacío tan intenso
como Hiroshima y aún no adivino cual es el motivo de tal efecto.
Quizás la explicación se encuentre en la
propuesta narrativa por la que apostó Masaki, optando por dividir el
film en dos partes claramente diferenciadas. En el primer tramo la cinta
se centra en mostrar las peripecias experimentadas por una familia
japonesa compuesta por un padre pacifista que se ha negado a participar
en el conflicto bélico, una madre embarazada a punto de dar a luz a su
retoño que apenas puede mantenerse en pie debido a la debilidad que
muestra provocada por la falta de alimentación, y tres hermanos muy
unidos, la responsable hermana mayor, el travieso e impetuoso Gen y el
benjamín de la familia inseparable compañero de aventuras de Gen. En la
primera parte, la cinta adopta un estilo muy clásico en el cual se
observan los patrones más característicos del manga japonés: humor
desenfadado apoyado en las diabluras de los dos hermanos protagonistas
que sirven para dibujar el retrato de la sociedad japonesa de la época
caracterizada por la escasez en la provisión de alimentos, así como por
la presencia del patriótico orgullo nacional en cada una de las casas
vecinas a la de la familia protagonista.
En este tramo del film la luminosidad
del dibujo contrasta con la triste vida que los inconvenientes del
destino acarrean a la familia de Gen. Igualmente, la fábula gira entorno
a Gen, perfilando pues al personaje a la perfección a base de los
pequeños acontecimientos que esbozan la pícara y piadosa personalidad
del infante. Asimismo se describe la vida de Hiroshima en los días
previos al lanzamiento de la bomba atómica por el Enola Gay, incluyendo
de forma muy sutil e inteligente trazos bélicos accesorios (miedo a los
bombardeos, despedida de familiares que parten hacia el frente, etc) que
simplemente complementan la trama principal que adereza este vector.
Sin embargo, la atmósfera del film da un
giro radical justo en el instante en el que se rememora la escena del
lanzamiento de la bomba nuclear. El estallido de la misma en el suelo de
Hiroshima vuelca el cosmos del film de forma que la oscuridad y el cine
de terror terminan apoderándose del mismo. Tras este monstruoso
acontecimiento la cinta narrará la lucha por la supervivencia en un
ambiente dantesco de los habitantes de Hiroshima y fundamentalmente de
Gen y su madre. La secuencia que describe el estallido de la bomba es
simplemente brutal y, porque no decirlo, repugnante. El flash
luminiscente que emana del mortífero artefacto devorará la vida de
ancianos, mujeres y niños de forma indiscriminada, provocando que los
ojos se salgan de las órbitas y que las víctimas vomiten sangre
directamente a la cara del espectador.
Masaki no duda en dibujar para impactar y
sobrecoger al espectador en una de las secuencias de animación más
horribles y chocantes de la historia del cine. La sensibilidad de La tumba de las luciérnagas torna
en una brutalidad seca difícil de soportar que directamente se estampa
en el cerebro. En mi caso particular, tuve que apartar la mirada de
ciertos dibujos debido a la crueldad y violencia de los mismos. La línea
caracterizada por el anime clásico se tuerce hacia el surrealismo
influenciado por las pinturas negras de Goya, hecho éste que provocará
un gélido escalofrío que recorrerá permanentemente todo el cuerpo del
espectador. Es sin duda Goya el principal referente de Masaki a la hora
de tallar el horror de la masacre.
Por si fuera poco, este tremendo impacto
se acrecienta por la sádica y atroz escena en la que el padre, la
hermana y el bisoño hermano de Gen mueren achicharrados entre los
escombros derruidos del hogar, sin que los esfuerzos desesperados de la
aquejada madre y el pequeño Gen surtan efecto alguno. Tras estas dos
escenas, mi cuerpo experimentó un vacío existencial de difícil
recuperación. Las siguientes secuencias mostrarán la lucha por la
supervivencia de Gen, su madre y el hijo recién nacido en un hábitat
hostil plagado de zombies infectados por la irradiación nuclear. Así
contemplaremos a seres de caras grises carentes de pelo y revestidos con
heridas en las que los gusanos campan a sus anchas devorando la
putrefacta carne humana, madres enloquecidas por el hecho de no haber
podido salvar a sus hijos, seres momificados atormentados por sus
heridas psíquicas y físicas y fundamentalmente la lucha de Gen por
salvar a su madre y hermano, así como a un niño huérfano de tez muy
parecida a su querido hermano desaparecido, lo cual sirve para lanzar
una esperanzadora mirada sobre los esfuerzos y la lucha del hombre por
sobrevivir ante el terror.
Tengo que advertir que la película no es
apta para todos los estómagos. La real dureza de sus imágenes puede que
no sean toleradas por cierto perfil de espectador, así como el exceso
de bilis y la crudeza con la que se describen las consecuencias de los
bombardeos nucleares. Quizás la famosa escena presente en Hiroshima solo sea comparable por el sadismo con el que se retrata el bombardeo con la secuencia que resume el mismo en la magistral Lluvia negra
de Shohei Imamura. Es cierto que algunas críticas vertidas a la cinta
acerca de su extremo realismo próximo al amarillismo más sensacionalista
puede que sean fundadas. No obstante, en mi opinión ello es
justificable desde la perspectiva de la narración descrita desde el
punto de vista de la víctima. Sin duda, Hiroshima es un lienzo creado
para expiar los traumas que el Holocausto provocó en buena parte de la
población japonesa, y lo que me parece aún más magistral es que este
cuadro no está dibujado con la rabia vengativa que podría justificarse
dada la crueldad de los hechos sucedidos, sino que al contrario, Masaki
traza una historia perversamente violenta, pero colmada de una mirada
humanista con la clara pretensión de concienciar a víctimas y verdugos
para que los acontecimientos proyectados no vuelvan a ocurrir bajo
ninguna circunstancia, ya que las consecuencias serían irreparables para
nuestro mundo.
Es por ello que considero Hiroshima
una película de imprescindible visionado para cualquier espectador sea o
no amante del séptimo arte, ya que como propone Masaki, a veces es
preciso experimentar el horror que emana la cinta para sensibilizar al
espectador acerca de las terribles secuelas de la política nuclear,
legando igualmente una bella parábola acerca de la capacidad de
superación y supervivencia que acicalan al espíritu humano. Por favor,
sean valientes y atrévanse a experimentar los horrores de la guerra.
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