sábado, 8 de febrero de 2014

EL CONFIDENTE, por Diego Faraone

Melville noir


«El vestuario de un hombre tiene una importancia capital en mis películas, estoy muy ligado al fetichismo del vestuario. El vestuario de una mujer me importa menos (…). El héroe de mis películas negras es siempre un hombre armado. Siempre lleva revolver. Un hombre armado es casi un soldado, y por eso debe llevar un uniforme. Un hombre armado es muy diferente de los demás hombres, y le aseguro que tiene tendencia a llevar sombrero. Además, en términos cinematográficos un hombre que dispara con sombrero es mucho más impresionante que otro que lo hace con la cabeza descubierta. El porte del sombrero equilibra un poco el revólver en el extremo de la mano»
Jean-Pierre Melville


Como indica un cartel al comienzo del film, la palabra francesa "doulos" refiere a un tipo de sombrero de ala ancha, el mismo que utilizan comúnmente los gángsters en el film noir. Asimismo, en la jerga policial o del hampa define al informante, al delator, al soplón. Esta ambigüedad presente en el título se vuelca en toda la película. Si los protagonistas de los films de Jean-Pierre Melville son comúnmente extremos en su profesionalismo y aparentemente implacables en su accionar, es decir, verdaderas fuerzas naturales que se abren paso a través de un sordo e impávido mundo, siempre dejan entrever en breves gestos corporales, en un milimétrico momento de inacción, en una furtiva mirada a un espejo, el torbellino emocional que atraviesan, la fuerza de la duda que les arremete y les obliga a hacer un doloroso balance de las consecuencias de sus actos.
Es que aunque algunos analistas no lo han querido ver, y han criticado a Melville el delimitar personajes carentes de relieves psicológicos, detrás  de esa hermética fachada de hombres duros existen principios morales, inseguridades y la angustia existencialista de saberse enteramente responsables de sus vidas y de lo que ocurre en su entorno.
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Ya desde el comienzo de la película se plantea el dilema celiniano "mentir o morir" que aparentemente aqueja a los protagonistas. A cualquier persona una situación análoga no le dejaría lugar ni a la duda, entre mentir o morir la opción instintiva inmediata es mentir, pero que exista este dilema ya habla de personajes extraordinarios que consideran y ven a la muerte como una opción y una presencia cotidiana con la que lidiar a diario. Al igual que su coterráneo Bresson [1], la mirada de Melville es fría y distante, y es el espectador quien debe intuir los pensamientos latentes de los personajes. Nada es lo que parece en Le doulos, quienes pensamos traidores pueden no serlo, toda afirmación de los personajes debe ser puesta en duda, los "bandos" son difusos y presentan todos ellos costados reprobables. Un interrogatorio al borde de la tortura puede ocultar un acto de camaradería y el asesinato a sangre fría ser el único medio para la supervivencia.
Y la violencia. Para quienes nos declaramos adictos a la violencia en el cine el culto a Jean-Pierre Melville es una de nuestras obligaciones diarias. No es casual que Scorsese, Tarantino, John Woo, y Johnnie To, entre otros, sean grandes fans de Melville. Su estilo desmesurado consiste en crudos estallidos de violencia localizada y de breve duración como los utilizados, por ejemplo, por Cronenberg en su reciente A History of Violence (2005), y debe haber causado un gran impacto en el público de la época, más teniendo en cuenta que aún hoy lo causa.
Melville ha demostrado ser brillante administrando los ritmos en la mayoría de sus películas, entendiéndose ritmo como la eficaz dosificación de distensiones y clímaxes en el metraje. A un clímax de violencia le sigue una distensión en la que una verdad no dicha, un cabo sin atar, un aire de paradoja puja para mantener la atención, y una vez que ésta comienza a decaer, Melville vuelve a impactar con otro shock violento. A mi parecer nadie ha sido tan buen heredero de esta faceta como Tarantino, quien sabe estirar las distensiones hasta el punto del bostezo, para ahogarlas luego con un clímax paralizante.
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Melville tenía cierta preferencia por cuartos cerrados y agobiantes, herencia del film noir, y por vastos ambientes naturales, herencia del western. Una de las películas favoritas de Melville era La jungla de asfalto (The Asphalt Jungle. John Huston, 1950), en donde los mundos del campo y la ciudad ya estaban contrapuestos. Melville era por naturaleza un hombre preconcebido para el aislamiento y durante los últimos años de su vida gustó de recluirse en su casa de campo. El aislamiento se plasma entonces por duplicado en el cine de Melville, en los fríos apartamentos y en las residencias alejadas de la ciudad, como la de la escena final de Le doulos. Obsesivo y riguroso, Melville se encontraba detrás de cada detalle de los aspectos técnicos de sus films. Sus tareas favoritas eran escribir el guión y hacer el montaje, o sea, lo que podía hacer confinado y en soledad, pero también se esmeraba en detalles de la fotografía, el vestuario, el decorado y diseño de los sets.
Americanófilo como pocos, Melville solía utilizar las fórmulas del film noir. Pese a que para muchos el film noir finalizó en 1958 con Sed de mal (Touch of Evil. Orson Welles, 1958) y que para otros terminó incluso antes, Le doulos se podría inscribir sin problemas en el denominado policial negro. A nivel estético se reproducen sus ambientes opresivos, el uso del claroscuro con fuentes aisladas de luz, las tomas desde ángulos poco convencionales. El relato pesimista del submundo del hampa con sus códigos propios y sus personajes complejos, antihéroes bebedores de whisky de mirada taciturna y ruda complexión.
Quienes aún no vieron la película quedan avisados: esto no es ni más ni menos que film noir puro y duro, aquí no se van a encontrar mensajes alegóricos ni imágenes con gran contenido sugestivo o poético. Sí se va a encontrar atmósfera, y en los registros más sórdidos y pesimistas que se pueden ver en el cine. Melville sabía cómo hacerlo.
[1] Indignado por la frecuente comparación de su cine con el de Bresson, Melville explicaba: «A veces leo (y estoy pensando en las reseñas antes de que El samurai y El ejército de las sombras salieran), "Melville está siendo bressoniano". Lo siento, pero es Bresson quien siempre ha sido melvilliano». También citada en el excelente artículo de Adrian Danks sobre el director en www.sensesofcinema.com.


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