‘Voces espirituales’, espiritualidad y tiempo en el cine de Sokurov
“Ninguna montaña es tan grandiosa como el alma. En la soledad de las montañas se revela el alma con mayor presencia”.
San Agustín
La guerra no es un estado excepcional,
convivimos con ella constantemente –en estos instantes hay un conflicto
abierto en alguna parte del mundo–, lleva con nosotros el mismo tiempo
que el ser humano está sobre la Tierra; la guerra es el hombre, nace de
una necesidad oscura del propio ser, teñida por intereses que la
Historia humana no hace más que tejer.
¿Hay guerras justas por tanto? Esta
pregunta daría mucho sobre lo que reflexionar. En la Segunda Guerra
Mundial y en sus guerras aledañas como la guerra española, hubo un bando
claramente promotor del conflicto y otro que tuvo que defenderse. En
estos casos la respuesta es la guerra de defensa o resistencia frente al
invasor, el color parece tornarse de un cariz más noble. El mundo que
actualmente conocemos ha nacido de ese conflicto, la guerra mundial, y
de la correlación de fuerzas germinada en él. La vida en el viejo
continente ha sido guiada por esta contienda. Esta situación ha calado
en la forma de ver el mundo, en el imaginario de éste y en los temores
de la vida.
El padre de Alexander Sokurov, Andrei
Sokurov, fue oficial del ejército soviético, combatiente galardonado en
la Segunda Guerra Mundial. Durante la Guerra Fría fue trasladado
constantemente y la familia se desplazó a diferentes ciudades. La
infancia de Alexander se desarrolló en ese tránsito, sin un lugar fijo
hasta que tuvo edad y se marchó a cursar estudios universitarios a la
antigua ciudad de Gorki, hoy Nizhni Novgorod. Esa consciencia de
defensa, labrada en la idea de lo militar debió gestar una peculiar
forma de ver el mundo, de sentir la presencia de un sentido de peligro,
que siempre puede acontecer, algo que normalmente no tenemos en cuenta,
ser conscientes de la guerra en la paz, y al contrario, de la paz en la
guerra. Este sentimiento de enorme relevancia nos lo ha dejado ver su
cine, generando una nueva concepción de lo bélico, o mejor dicho de la
vida en guerra, totalmente alejada, incluso, de films más conscientes
sobre una visión veraz de lo bélico que no han llegado a tener. En todos
los films del cineasta ruso sobre la guerra –de forma explícita o
implícita, el cine de Sokurov tiene presente esa brecha de la sociedad
rusa, sobre todo en la era post soviética– Confession (1987), The soldier’s dream (1993), Alexandra (2007), Reading Book of Blockade
(2010), lo cotidiano del día a día, de la razón de la vida en medio de
la sombra de la muerte o mejor de la existencia del enemigo en lo
cotidiano, se erige como lo esencial. Ahora entendemos un poco más el
espíritu con que se acerca a esas imágenes. La guerra para él ha dejado
de ser excepcional, para convertirla en algo con lo que tenemos que
convivir. En Alexandra, la abuela visita a su nieto
(joven sargento) en un campamento militar ruso en Chechenia, sale día a
día por la puerta del cuartel negando las ordenes de los soldados “tengo
demasiada edad para que alguien me diga qué es lo que tengo que hacer”.
La mujer mira cara a cara a los reclutas, “si sois unos niños” y se
acerca a la ciudad chechena a comprar y hablar con las vecinas, ella
sabe que hay una guerra, pero se afana por hacer una vida normal como
cualquier persona, rompiendo la lógica del enemigo en ese conflicto sin
sentido para la gente de “a pie”. Con ella llega lo cotidiano, lo
humano, lo normal... va al mercado a comprar y allí se comunica con
otras personas, y conoce al otro (a esos que denominan “enemigo”). Con
su actitud rompe muchas lógicas impuestas en una situación bélica. Esa
relación forzosa que dibuja la vida también es parte de la cotidianidad
de la guerra; más aún, Sokurov en este film vuelve a expresarnos nuevos
valores en la guerra, la permeabilidad de sentidos, el dibujo traslucido
de quienes son los otros al despejar la incógnita de buenos y malos, de
sentimientos entre las personas de “distinto bando”, de esta forma deja
ver una tupida crítica a un conflicto mucho más confuso que el que
muestra Voces espirituales [1]. En Alexandra
con un sentido de lógica cotidiana construye posibles puentes, fuera de
la lógica del vencido y vencedor del combate. El film es un paso más en
el sentido vital que confiera a la guerra Alexander Sokurov al ahondar
en la esencia humana, ofreciéndola multiplicada.
Hace tiempo en unas clases magistrales
impartidas por el fotoperiodista español Gervasio Sánchez, sobre los
trabajos realizados en el cerco a Sarajevo, fotografías que pasarían a
ilustrar el libro de Juan Goytisolo Cuadernos de Sarajevo (1993) [2],
el periodista nos confesaba que lo verdaderamente impactante de la
guerra era la vida en medio del caos, la reconstrucción de lo cotidiano.
Después de los disparos de los francotiradores y tras el asedio, las
personas volvían a limpiar los restos de los cristales quebrados, se
afanaban por organizar de nuevo las casas, limpiaban los cascotes de la
calle, regaban las plantas, sacaban la colada, los pequeños pero enormes
detalles de la vida cotidiana se reconstruían día a día. Reconstruir lo
cotidiano de la vida, una resistencia humilde pero constante frente a
la barbarie. Esta labor esencial, la realizaban con un afán incansable,
sobre todo, las mujeres.
Lo extraordinario cotidiano
Lo cotidiano es con lo que va fraguando el transcurrir del tiempo Voces espirituales.
La historia comienza con el remplazo de un grupo de soldados que se
dirige a un puesto fronterizo entre Tayikistán y Afganistán. A un lado
del cauce del río el ejercito ruso, en la otra orilla los talibanes. Es
la prolongación de la guerra de Afganistán, los últimos rescoldos,
existe un conflicto de fronteras, una guerra de posición. Es una guerra
de poca intensidad, pero existe el peligro, los talibanes pueden hacer
incursiones e invadir. Al principio, Sokurov nos muestra los rostros de
los soldados, surgen como retratos, son muy jóvenes, muchos de ellos son
casi adolescentes, y se descubre el miedo. Su voz nos facilita ciertas
pautas, para luego confesarnos “Dios nos proteja a todos”, como es
natural el cineasta también tiene miedo. El cine se ha convertido en
otra cosa, lo principal es salvar la vida y luego hacer una película.
Esta misma sensación es la que tuvieron John Ford y Samuel Fuller en la
Segunda Guerra Mundial, a diferencia de que ellos no iban a hacer una
película, iban a documentar material en el frente y eran soldados.
Alexander Sokurov y su equipo de filmación [3]
son un equipo que va a filmar material para hacer una película. Esa
extraña sensación de cómo abordar la imagen se va desgranando desde el
principio, existen dudas, cómo acercarnos a las situaciones, a los
soldados y, sobre todo, cómo salvar nuestro pellejo. Pero esos primeros
miedos naturales van dejando ver una convivencia con la situación y con
los soldados que pasan a ser compañeros: “Me siento calmo y sin miedo
caminando por estos senderos... siguiendo a esta gente. No me siento
excluido por ellos... Pero tal vez me equivoco, me equivoco al pensar
que me he convertido en uno de ellos...”. De una primera situación de
extrañeza con el entorno y con la gente van pasando a constituir una
relación “normal”, las situaciones se transforman de excepcionales a
cotidianas por el paso del tiempo. Es en ese punto de la película donde
Alexander Sokurov, comienza a desgranar toda la profundidad de las
imágenes y se rencuentra con la vida, lo normal dentro de la
anormalidad. No se busca tanto la acción para encontrar la situación,
los entornos naturales, las rutinas... La cámara entonces muestra a las
personas, no a los soldados y descubrimos como se ruborizan delante de
la cámara, se ríen o ponen la radio en medio de la loma atrincherada,
escuchando una melosa música pop. La cámara ha pasado a ser parte
natural de la situación y por tanto la realidad, en un sentido
roselliniano, se revela como la imagen latente de un negativo
fotográfico, aparece. Son pequeños detalles que van dotando de mayor
sentido la existencia, invitar a un cigarro, hacer la comida y compartir
el pan, pero eso sí, siempre se denota un doble sentido, una atenta
mirada a lo que pueda acontecer, es decir el sentido subrayado de la
muerte, y por tanto la enorme relevancia de la vida cotidiana en este
lugar; es una cotidianidad subrayada y extraordinaria. En este espacio
estos jóvenes son adultos, no sabemos qué ocurrirá con ellos en la vida
civil, pero aquí sus vidas tienen sentido [4]. Capitaine Conan
(Bertrand Tavernier, 1996) exponía esta reflexión, Conan y sus hombres
tenían un sentido de vida en la guerra, pero se autodestruían en la paz,
no podían vivir en sociedad. En el campo de batalla Conan actuaba como
un guerrero que tenía un objetivo claro en la vida, mantenerla a costa
de la del enemigo. No había trampas, todo quedaba claro, esencial, él y
sus hombres y el enemigo. Esta esencialidad de la vida, vista desde otro
parámetro, es para muchos de estos hombres su polo norte, en la paz no
saben funcionar con las pequeñas hipocresías cotidianas, demasiadas
mentiras, pocas lealtades y es en el campo de batalla donde la lucha por
la vida cobra todo el sentido sin hipocresías. Desde este punto de
vista psicosociológico se destaca otro filosófico: lo esencial.
Voces espirituales es
una película sobre lo esencial, donde lo que transcurre, cualquier
detalle, tiene una relación más fuerte con la vida porque está
multiplicado, la cercanía de la muerte hace que el valor de nuestro
entorno y de lo que hacemos y tenemos se eleve. Todo lo que acontece se
convierte en trascendente, contemplar un insecto sobre una planta, una
langosta pasear por la tierra removida, incluso el juego de niños de los
propios soldados. Todo ha cambiado, “parece que llueve... pero aquí no
lloverá, esto es Asia y todo es diferente”, nos avisa la voz del propio
Sokurov, de que todo es de otra manera, hace tiempo que el espacio
poético se erige como llave de lo que estamos viendo. El escenario bajo
este sentido se presenta como un paisaje transcendente, casi mágico. Su
solemnidad, la naturaleza que emerge apabullante, el río, los riscos,
las aves que sobrevuelan nuestras cabezas y el cielo azul. Bajo este
paisaje la espera se convierte en meditación sobre el verdadero sentido
de la vida. Es en esta cotidianidad donde estos elementos esenciales se
erigen como personajes y poco a poco su simple presencia influye en el
comportamiento de los hombres, la naturaleza va transformando la actitud
de los aguerridos soldados, que poco a poco van relajando su postura.
Es la espera lo que ha entrado en juego –elemento primordial en la
narrativa cinematográfica–.
Sokurov nos ha preparado en varios
frentes: lo cotidiano, la espera, el tránsito, la poesía y el sueño. Del
campo base nos movemos por un sendero todas las mañanas hacia la
posición a defender en la colina atrincherada, al caer la noche volvemos
al campo base donde espera la cena de los soldados y el catre, mientras
ahí afuera, siempre un remplazo (los soldados más jóvenes) guardan el
sueño de los compañeros. El tiempo pasa en un juego de nubes que
encadenan imágenes, nubes con hombres cerrando los ojos, luna con
rostros durmientes, riscos con el campo base, la mirada de los soldados
encadenada con las líneas del apabullante valle o con el cielo
estrellado. Esas imágenes mezcladas están contaminando la figura humana
con las siluetas de la Creación. Son imágenes que se dirigen poco a poco
hacia el cielo, abriendo el plano como una visión divina de la acción
sobre los hombres. De ahí Sokurov vuelve a la tierra donde los pequeños
detalles de la naturaleza han ido calando en nuestra mirada, las plantas
y animales, un entretenimiento más para estos soldados que de momento
no han disparado contra ningún enemigo y que van cambiando a fuerza de
contemplar el paisaje.
¿Qué somos?
La espera, que nos ha mostrado otras
cosas más allá de una guerra y un conflicto, culmina con el combate. El
movimiento de la cámara apremia por tomar todas las imágenes, y en esos
movimientos se denota el temor, el vaivén de la tomas y el sonido, que
hasta ahora nos había portado a un extraño espacio de comunión entre los
hombres y la Naturaleza, las voces que eran lejanos murmullos de las
montañas, nos inmersa ahora en el verdadero espacio bélico, de
escaramuzas disparos y gritos, nada épico, ni ostentoso. Sí estamos en
una guerra real. En ese instante contemplamos el miedo de los soldados,
las órdenes y las armas, que hasta ahora iban y venían colgadas al
hombro. Los planos se cierran sobre los rostros y las miradas. Varios
retratos mudos [5],
rostros muy jóvenes que a cada sonido extraño levantan la cabeza
buscando el identificar el posible peligro. El combate transcurre sin el
sentido que nos han evocado las imágenes anteriores, más poéticas. Pero
el componente filosófico que los acontecimientos nos han ido portando
culmina en la lucha otra de sus reflexiones, el sentido final de la vida
humana en este rincón. Perder la vida o seguir vivo entre esas
montañas, seguir, la única lucha de los hombres en la guerra, mientras
que la lógica de la Naturaleza, espectadora de nuestras efímeras
afrentas, volverá a buscar el equilibrio, estemos o no en la Tierra.
Esas colinas nos han transportado a lo metafísico al preguntarnos sobre
nuestra pequeña existencia, o quiénes somos para importunar a estas
montañas. Sokurov ha reducido el conflicto, y en él a toda la humanidad
entera, a la mínima expresión: no somos nada, no porque podamos
desaparecer muertos de un disparo, sino porque todo lo que nosotros
hacemos en la faz de la tierra tiene una dimensión diferente para el
propio planeta. Nosotros hemos movido la tierra, cavado trincheras, la
hemos abollado a fuerza de bombazos y cambiado el cauce de los ríos...
pero las montañas seguirán ahí después de nosotros, y las aguas volverán
por donde siempre corrieron.
Un joven soldado ha sido herido en las
escaramuzas, los demás compañeros se asean y descansan bajo las ramas de
los árboles, el herido descansa en el regazo de su sombra. Las montañas
han seguido mudas todas nuestras desdichas, impertérritas, han
observado la tragicomedia humana con su exuberante humildad, incluso los
insectos se han afanado en guardarse y ver el tiroteo. Martin Heidegger
en Introducción a la metafísica desarrollaba la siguiente
reflexión básica: “la tierra es un minúsculo grano de arena, separado de
otro de semejante tamaño por la distancia aproximada de un kilómetro de
vacío. En la superficie de este minúsculo grano de arena, en un
hormigueo incontrolado, vive una muchedumbre aturdida de animales
supuestamente inteligentes que, por un instante, han inventado el
conocimiento ¿y qué es la extensión temporal de una vida humana dentro
del curso de millones de años?” [6].
Las montañas viven ajenas a nuestro tiempo, el suyo es otro, y en ese
transcurso nos han ido amoldando, al fin y al cabo somos hormigas,
minúsculas criaturas bajo los ojos de la Naturaleza. Terrence Malick
despliega en gran parte de sus films ese sentido panteísta de la
existencia, las acciones que ejercemos los hombres hacia la creación
pueden ser abruptas y violentas, podemos movernos por ella como un
elefante, ajenos, creemos, a su enorme trascendencia, pero la Naturaleza
nos vuelve a recoger, nos transforma, aunque en ese transcurso creamos
que nosotros hayamos generado alguna influencia sobre ella. Todas
nuestras acciones están observadas por un poder mayor, un ser superior
que nos vigila. Voces espirituales, perfila el sentido
de que aquellas montañas y páramos son deidades que vigilan a los
hombres, y en el descanso del soldado se comunican con los humanos a
través del sueño; de disparar, hemos pasado a observar las plantas y
jugar con los insectos, del miedo, o de un acto heroico en el combate
recoge a los soldados bajo las sombras de los árboles, relajando su
ímpetu.
Poesía, trascendencia y espiritualidad
“¿Quién, mirando meditabundo la corriente de un río, no rememora el fluir de todas las cosas? Arrojad a ella una piedra, y los círculos que se propagan son el hermoso modelo de toda influencia. El hombre es consciente de un alma universal que está dentro o por detrás de su vida individual, donde las esencias de la justicia, la Verdad, el Amor, la Libertad surgen y brillan como en un firmamento. A esta Alma Universal –que no es mía, ni vuestra, ni de aquel otro, sino que nosotros somos de ella, somos su propiedad y sus huestes– él la llama Razón. Y el cielo azul en que la tierra de cada cual está enterrada, el cielo con su calma eterna y sus orbes perpetuos, es el modelo de la Razón. Aquello que, intelectualmente considerado, llamamos Razón, si se lo considera en relación con la naturaleza lo llamamos Espíritu. El Espíritu es el Creador. El Espíritu porta consigo la vida. Y en todas las épocas y países, el hombre lo ha incorporado a su lenguaje como el Padre”. [7]
R. W. Emerson en su ensayo El espíritu de la naturaleza,
obra básica del trascendentalismo, nos indica en “El lenguaje” que la
Naturaleza ha entregado a los hombres el medio para expresarnos y con
ello para comunicarnos. Los sonidos de la Naturaleza, sus voces, nos han
dotado del lenguaje, de las palabras al Hombre, la mayoría surgidas de
onomatopeyas nacidas de los sonidos de la Creación. Es un ente vivo
superior que dota al mundo de un Alma Universal y que los hombres, en
algún momento de nuestra historia olvidamos: “El hombre es el enano de
sí mismo. Alguna vez, el espíritu lo impregnó y lo solubilizó; colmó
entonces a la naturaleza con sus desbordantes correntadas. De él
surgieron el sol y la luna. Del hombre, el sol; de la mujer, la luna.
Las leyes de su mente, los períodos de su actividad se exteriorizaron en
el día y la noche, el año y las estaciones. Pero una vez que hubo
construido este gigantesco caparazón para sí, sus aguas se retiraron; ya
no llena ahora las venas ni los pequeños vasos sanguíneos; se ha
resecado hasta reducirse a una gota” [8].
El espíritu universal se sigue comunicando con nosotros, Alexander Sokurov nos lo ha mostrado en Voces espirituales.
La cámara en continuos viajes desde la figura humana hasta las alturas,
desde el cielo hasta el sueño de los hombres, ha tratado con la poesía
de esas imágenes escuchar la voz de la Naturaleza, encontrar el canal
por donde se comunica con nosotros y de alguna manera nos habla. Esas
imágenes, las figuras de los soldados y las modificaciones del terreno
creadas por el Hombre, la música que suena desde un pequeño radiocasete
que poco a poco se transmite como una voz lejana del valle, disminuidos a
través del zoom de la cámara para así mostrar lo que somos y nuestros
actos frente a la inmensidad de la Creación. El final de la película es
la expresión fatal de los actos del Hombre, estúpidos o heroicos como
hemos hecho hincapié: un soldado herido por la metralla descansa bajo un
árbol, el joven exhausto espera su regreso a casa. El último plano es
la figura humana, la primera de las imágenes de la película es una
panorámica de una línea de árboles con las montañas al fondo bajo la
música de Mozart. De la máxima expresión de nuestro entorno nos ha
dirigido hacia nuestra figura, del escenario de la Creación a las dichas
y desdichas del Hombre. Las imágenes de la Naturaleza como acto sublime
de creación estaban bañadas con las notas de Mozart, acto sublime de
creación, cuando los Hombres sueñan y crean se acercan a los dioses.
Sokurov sabe que es la poesía el medio para comunicarse con las deidades
y así abre el film, treinta minutos de plano fijo esperando que el
tiempo desdibuje la línea del horizonte enmarcada por las cumbres, en la
contemplación mística del páramo. En esta lenta espera no paran de
surgir señales, es como un folio en blanco donde la naturaleza comienza a
escribir una carta con todas las palabras del mundo, con las que hay y
con las que habrá. La luz va pintando este cuadro con tenues tonalidades
cada vez más oscuras, los animales salen, las aves surcan el cielo
llenando el plano y los sonidos de la Naturaleza se multiplican. Sokurov
los recoge atentamente con la cámara, esas son las notas de un lenguaje
universal, un lenguaje cósmico que en su comprensión esconde la
espiritualidad del Hombre, la espiritualidad de toda la Creación.
Notas:
- La situación en Voces espirituales es el conflicto heredado de la guerra de Afganistán, tras la independencia de las diferentes repúblicas. Tayikistán se ve incapaz de poder, económica y militarmente, defender sus fronteras, es el ejercito ruso el que mantiene sus posiciones en la frontera de Afganistán para defender Tayikistán, y defenderse a sí mismo del peligro talibán. “Por una vez se le había encomendado al ejército una tarea noble”, en el encarte de la edición en DVD de Voces espirituales, traducido por Guadalupe Luceño. ↑
- GOYTISOLO, J., Cuadernos de Sarajevo. El País Aguilar, Madrid, 1993. ↑
- En la primera parte de la película tuvo un equipo cinematográfico, su asiduo operador de cámara Alexander Burov, pero en la segunda parte, invernal, utilizó al cámara de televisión Alexei Fiodorov. En el encarte de la edición en DVD de Voces espirituales, traducido por Guadalupe Luceño. ↑
- Otro de los grandes problemas, ya de índole interna del ejército soviético es la dedovschina,
el fenómeno que éste heredó del gulag soviético. Al igual que en los
campos de trabajo, los presos por crímenes aporreaban, privaban de su
ración y sometían a abusos de todo tipo a los presos políticos, aquí los
soldados que cumplían el segundo año explotaban y abusaban a los del
primer año, dándose casos de suicidios y asesinatos. Esto llevaba
consigo que una gran cantidad de los reclutas se evadieran del ejército,
dejando en evidencia la inutilidad del servicio militar. Éste es el
fondo de crítica desde donde Sokurov realiza las series militares.
En Voces espirituales este hecho no se da en grado extremo, principalmente porque la mayoría de los soldados son profesionales y habían escogido el trabajo de la guerra para tener una salida económica. Provocada en aquellos años por el colapso económico que vivía Rusia, una gran cantidad de desempleados pululaban en las calles de la ciudad, y la pobreza –problema que hoy subsiste, la enorme fragmentación económica y social– era muy profunda. Ibíd. ↑
- “El rostro-mudo es un rostro ampliado pero también, más profundo y más inmediato, un rostro del tiempo, un rostro-tiempo…”, en AUMONT, J., El rostro en el cine, Paidós, Barcelona, 1998. Pág. 105. ↑
- HEIDEGGER, M., Introducción a la metafísica. Gedisa (traducción de Ángela Ackermann), Barcelona, 2001. Pág. 8. ↑
- EMERSON, R. W., El espíritu de la naturaleza. Editorial Errepar, Buenos Aires, 1999. Pág. 11. ↑
- Ibíd. Pág. 19. ↑
Publicado en Panorámica del número 45. Este artículo pertenece al grupo Dossier Aleksandr Sokurov.
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