Salvando las distancias existentes, Vida en sombras, la única película comercial dirigida por el cineasta Lorenzo Llobet Gracia, siempre me recuerda a El cuarto mandamiento
de Orson Welles en tanto a que las versiones que hoy conocemos de
ambas son productos de una mutilación, aunque de diferente naturaleza.
Si la película de Welles la sufrió en el momento de su producción al no
permitir al cineasta el poder montar el material que él deseaba y, por
tanto, entregar una película que, en principio, no se ajusta a la idea
inicial de Welles, la obra de Llobet Gracia la sufrió con el paso del
tiempo. Estrenada comercialmente de mala manera y sin demasiada
repercusión, la copia que nos ha llegado y que hoy en día se puede
disfrutar es el resultado del trabajo de restauración realizada por el
cineasta Ferrán Alberich a partir de los materiales existentes, como se
indica al comienzo de la película, pues no se han llegado a encontrar
los negativos originales. Es posible que la película que puede verse en
la actualidad se acerque a la original, o puede que no; sin embargo,
al igual que sucede a la obra maestra de Welles, no es ápice para no
disfrutar con una obra insólita, sin parangón dentro de la historia del
cine español. Por todo lo anterior y por su escasa suerte comercial, Vida en sombras
se fue convirtiendo poco a poco en una película maldita cuya
revalorización vino dada por el interés cinéfilo de rescatar la única
película comercial de Llobet Gracia.
Lo más llamativo de Vida en sombras es que posee un
planteamiento y una sensibilidad extraordinaria para su época; en muchos
aspectos, también para la nuestra. Jugando con la realidad y la
ficción, Llobet Gracia se acerca a Carlos
Durán (Fernando Fernán Gómez) a modo de biografía para, poco a poco, ir
convirtiendo la película en algo diferente, en toda una reflexión
sobre el cine en su relación con la realidad desde diferentes puntos de
vista. Durante un tiroteo, su mujer muere bajo las balas mientras él,
operador, rueda una toma. A partir de entonces, Durán marcha al frente
para convertirse en reportero bélico, siempre con la imagen de su mujer
muerta ante sí. Hay algo de pesadilla en Vida en sombras,
también de itinerario personal dentro de esa pesadilla personal en la
que se ve introducido Durán y donde el cine y la imagen poseen un lugar
especial, de gran importancia. No es de extrañar que se haya señalado
que hasta Arrebato, de Iván Zuleta, no había existido una
reflexión acerca del medio cinematográfico del calado y profundidad de
la película de Llobet Gracia en el marco del cine español. Ambas
películas, además, se adentran a su manera en el cine y en la imagen a
través de una cierta idea de vampirización y de juegos de espejos.
Vida en sombras, por otra parte, presenta una puesta
en escena sorprendente y unas resoluciones visuales casi rompedoras
entonces en una cinematografía como la española. Incluso, muchos años
después, seguía siéndolo, algo que pone de relieve la innovación de sus
imágenes. También su misterio, pues aunque estamos ante una película
de narración convencional, hay algo bajo sus imágenes
enigmático. Resulta casi increíble que una película construida a través
de retazos encontrados pueda transmitir tantas emociones. Y quizá sea
esto lo que le confiere aún más ese halo de misterio que se mantiene de
un visionado a otro, siempre sorprendiendo.
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