viernes, 31 de enero de 2014

CUANDO OZU SE APROXIMÓ A TENNESSEE WILLIAMS, por Javier Valverde

En el último tramo de la carrera de Yasujiro Ozu, “La hierba errante” (“Ukigusa”, de 1959) supone una obra en cierta manera excepcional por dos razones fundamentales: por un lado, aquí el maestro de Tokio, que rehace un viejo film suyo de los años 30, abandona sus habituales familias de clase media-baja, la gente corriente que trabaja en fábricas y oficinas, por una modesta compañía de cómicos itinerantes, versión nipona de los de “El viaje a ninguna parte” de Fernán-Gómez. Por otro, y quizás más relevante en el contexto del tono en que se desarrollan los conflictos en las películas de Ozu, las emociones y tensiones latentes bajo la serenidad Zen se ven violentadas por algunas escenas explícitamente crispadas, febriles, con brotes de rabiosa agresividad del protagonista para con las mujeres, como si nos encontrásemos frente a un drama sureño de Tennessee Williams.


Pareciera como si esa vida del teatro más alternativa que la tradicional, fuera en realidad la sublimación del Japón más conservador, con la sumisión más absoluta de las mujeres, actrices que actúan como geishas y un primer actor de la compañía que se comporta con la ferocidad de un samurai en el estilo de Toshiro Mifune.


Probablemente clave en esa diferente tonalidad sea el protagonismo de Ganjiro Nakamura, un actor más temperamental, con más descarga de adrenalina, sin duda la antítesis del imperturbable Chishu Ryu, pero igualmente magníficos ambos en su estilo.


En el libro de Paul Schrader se habla de uno de los estados de ánimo característicos del budismo Zen, el “mono no aware” (o “tristeza resignada”), como el predominante en los personajes de Ozu, especialmente los de edad avanzada. Pero en “La hierba errante”, película de intenso colorido, ese estado de ánimo parece más bien desterrado aún a pesar de sus tormentosas escenas, y la conclusión nos muestra a ese veterano actor tan vital partiendo en tren junto con su joven amante hacia otros horizontes en los que iniciar con renovado espíritu otra aventura teatral. Lejos estamos de los amargos finales de “Cuentos de Tokio”, “Primavera tardía” o “El sabor del sake”.


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