miércoles, 29 de enero de 2014

¿LOS MEJORES AÑOS DE NUESTRA VIDA? HISTORIA DEL CINE DE POSTGUERRA, por Allan Hunter

El talento de muchos de los cineastas de Hollywood que fueron llamados a filas había adquirido un mayor grado de madurez cuando se reincorporaron a la vida civil. Así, mientras William Wyler reflejaba los problemas de los soldados que volvían a casa en Los mejores años de nuestra vida (1946), Frank Capra hacia que su tradicional fanfarria de alabanza al hombre común adquiriera unos tintes más oscuros en ¡Qué bello es vivir! (1946). Los géneros que florecieron en el cine norteamericano durante la postguerra, caso del cine negro y de la ciencia-ficción, parecían reflejar el estado de ánimo mucho más sombrío de un país preocupado por las consecuencias de la nueva era atómica y sumido en el paranoico clima creado por la «guerra fría», algo que se podía apreciar deforma particularmente virulenta en un film como La invasión de los ladrones de cuerpos (1956). También el western, especialmente en las colaboraciones entre James Stewart y el director Anthony Mann, o en películas concretas, como Solo ante el peligro (1952) o Centauros del desierto (1956),comenzó a explorar con mayor complejidad y profundidad psicológica los tenues matices que separan el bien del mal. Irónicamente, también fue éste el período durante el cual el vistoso escapismo de los musicales alcanzó nuevas cotas de expresión artística gracias al equipo que Arthur Freed dirigía en la M-G-M y a la sombra de Gene Kelly, como ponen de relieve las películas Un día en Nueva York (1949), que sacó el musical a los escenarios naturales, y la oscarizada Un americano en París (1951), que contribuyó a popularizar el ballet. Por otro lado, muchas de las figuras más relevantes de la cinematografía británica consiguieron mantener el ímpetu que habían recibido sus carreras durante los años de la guerra. The Archers, el tándem formado por Michael Powell y Emeric Pressburger, con películas como A vida o muerte (A Matter ofLife and Death, 1946), Narciso negro (Black Narcissus, 1947) y Las zapatillas rojas (The Red Shoes, 1948) continuó sorprendiendo al público con su seductora utilización del color, en un intento, insólito dentro del cine británico, de aunar la potencialidad del cine como lenguaje visual y su fuerza emocional. Por su parte, David Lean desplegó toda su maestría como montador y narrador de historias, en adaptaciones de Dickens, como Cadenas rotas (Great Expectations, 1946), mientras que Carol Reed, causaba una enorme impresión con Larga es la noche (1946) y El tercer hombre (1949) y las comedias de los estudios Ealing, por ejemplo, Ocho sentencias de muerte (Kind Hearts and Coronéis, 1949) se ganaban el favor del público a escala internacional. En Italia, el neorrealismo, con su enfoque documental de los rigores de las vidas de la gente corriente, floreció en películas como Roma, ciudad abierta (1945) y Ladrón de bicicletas (1948), y su influjo se dejó sentir en el mayor realismo de las producciones cinematográficas del Hollywood de la época y, más tarde, en los kitchen sink dramas británicos del tipo de Un lugar en la cumbre (1959) y Sábado noche, domingo mañana (1960). Por otro lado, el cine japonés también comenzó a labrarse una reputación a escala internacionalgracias al triunfo obtenido en algunos festivales y a la aceptación general que obtuvieron entre el público películas como Tokio Monogatari (1953), de Ozu y Cuentos de la lunapálida (1953), de Mizoguchi; mientras que la maestría de Ingmar Bergman quedaba patente con películas como El séptimo sello (1957) y Fresas salvajes (1957). El poder de los estudios de Hollywood, que durante tanto tiempo había parecido indestructible, comenzó a tambalearse en este período al prohibirse la situación de monopolio que suponía el hecho de que las productoras no sólo se dedicaran a hacer las películas sino que tuvieran también el control de las salas en las que aquellas se proyectaban. Por otra parte, la aparición de la televisión fue percibida como una seria amenaza para la popularidad del cine y llevó a Hollywood a contraatacar con nuevas técnicas, como la 3-D y la pantalla gigante, produciendo espectáculos como La túnica sagrada (The Robe, 1953) o películas que trataban temáticas más serias, como Un tranvía llamado Deseo (1951), El hombre del brazo de oro (The Man With the Golden Arm, 1955) y Anatomía de un asesinato (Anatomy ofa Murder, 1959).

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