Una de
las virtudes de Otto
Preminger, como
productor-director independiente, fue la valentía a la hora de
abordar en sus películas un buen número de temáticas
controvertidas de forma objetiva y en profundidad. En “Tempestad
sobre Washington” el
director austríaco nos ofrece un pormenorizado retrato de la clase
política norteamericana y de las luchas de poder, más sucias que
limpias, que se gestan en los salones y pasillos de la Casa Blanca y
el Capitolio.
Amparado
en su habitual claridad narrativa, y valiéndose de un extraordinario
reparto coral en el que destacan estrellas de la talla de Henry
Fonda, Charles
Laughton o Gene
Tierney; Preminger
da buena cuenta de los principios y mecanismos que mueven la
maquinaria política de Washington, y se vale de una exposición casi pedagógica de los mismos, para realizar una severa crítica a
la clase política estadounidense; una crítica fácilmente
extensible a la clase política de cualquier democracia occidental.
FICHA
TÉCNICA: TEMPESTAD
SOBRE WASHINGTON “Advise & Consent”
AÑO:
1962. DURACIÓN: 139 min. PAÍS: Estados Unidos.
DIRECTOR: Otto
Preminger.
GUIÓN:
Wendell Mayes. Música: Jerry Fielding.
FOTOGRAFÍA:
Sam Leavitt (B&N).
REPARTO: Henry
Fonda, Charles Laughton, Don Murray, Walter Pigdeon, Lew Ayres,
Franchot Tone, Peter Lawford, Burgess Meredith, Gene Tierney, George
Grizzard, Paul McGrath, Inga Swenson.
PRODUCTORA: Columbia
Pictures. Productor: Otto
Preminger.
GÉNERO: Drama.
Política.
SINOPSIS:
El presidente de los Estados Unidos propone a Robert Leffingwell como
secretario de estado; nos encontramos en plena guerra fría y
Leffingwell, un intelectual independiente y de ideas avanzadas, es el
hombre en el que el presidente confía para continuar sus políticas
en pro del diálogo y de la no beligerancia con el bloque comunista.
Antes de
ocupar su cargo el candidato presidencial debe ser revalidado por una
mayoría de los senadores que componen el Capitolio, pero conseguir
esa mayoría será una misión complicada, ya que un nutrido grupo
liderado por el ultraconservador senador por Carolina del Norte,
Seabright Cooley, se opondrá con vehemencia al ascenso de
Leffingwell.
En 1962
Otto Preminger
estrenaba su adaptación de la novela “Advise
& Consent” escrita
por Allen Drury
y ganadora del Premio Pulitzer en el año 1959. El realizador y
productor independiente se encontraba en la cresta de la ola de su
carrera tras enlazar sus dos mayores éxitos “Anatomíade un Asesinato” (1959) y
“Éxodo”
(1960).
Corrían
buenos tiempos para el trasgresor Preminger
y en “Tempestad sobre
Washington” repetía, una
vez más, la formula cinematográfica que tan buenos resultados le
había dado: Un sólido guión eminentemente crítico con el sistema
y en el que se afrontan sin tapujos temas espinosos o directamente
considerados tabú; más un plantel de buenos intérpretes, jóvenes
y veteranos, en el que destacan una o varias estrellas; y por
supuesto su particular estilo narrativo, caracterizado por la
objetividad en la exposición, un estilo abierto que invita al
espectador a extraer sus propias conclusiones.
Si bien
la película no alcanzó las cotas de popularidad de sus precedentes,
sí podemos afirmar que en calidad cinematográfica les va a la zaga;
si bien no es una película tan redonda como “Anatomía de un Asesinato” sí es,
a mi juicio, superior a “Éxodo”
y sorprendentemente mucho más entretenida.
Viene al
caso apuntar aquí que Peter
Bogdanovich en una de sus
entrevistas, casualmente preguntaba a Preminger
si valoraba más una película de éxito comercial, como “Anatomía de un Asesinato”,
respecto a otra, como “Tempestad
sobre Washington”, que no
había cumplido las expectativas comerciales que se le presuponían;
a lo que Otto
respondía: “Yo no me
pongo a pensar: ¿Esta película es buena o es mala? Eso lo dejo para
los que escriban mi necrológica, que se preocupen ellos de esas
cosas… si me pusiera a analizarlo, personalmente pienso que
“Tempestad sobre Washington” es mejor película que “Anatomía
de un Asesinato”. Además cuando hablamos de éxito estamos
hablando de taquilla y una película que no atrae a muchos
espectadores no tiene porque ser un fracaso. Si consigo transmitir lo
que quiero transmitir, para mi la película ha sido un éxito.”
Para la
elaboración del guión Preminger
contó con Wendell Mayes
con el que ya había trabajado en “Anatomía de un Asesinato”.
Mayes
realiza un gran trabajo a la hora de adaptar la novela; consigue la
difícil misión de guiarnos a través una compleja trama de intriga
política enriquecida con elementos dramáticos, gracias a los
diálogos e interacciones de un considerable número de personajes
magníficamente dibujados. Y por si fuera poco, y esto es de especial
interés para los espectadores que desconocen el funcionamiento de la
democracia presidencialista norteamericana, describe de forma notable
las competencias del Senado como supervisor de las políticas
presidenciales y sus mecanismos de funcionamiento (ya sean
transparentes o subterráneos).
Mayes
y Preminger
integran de una forma fluida y didáctica todo este caudal de
información, imbricándolo desde el inicio del metraje con suma
eficacia dentro de la trama; todo un acierto ya que sin estas
explicaciones la película hubiera quedado francamente lastrada.
En una
entrevista del año 1966 Preminger
comentaba al respecto: “Yo
creo que la parte interesante de la historia consiste en mostrar como
funciona el Gobierno Norteamericano. En la película hay una crítica
muy dura a nuestro sistema de gobierno, y el hecho de tener libertad
para hacer eso es fenomenal. Parece mentira que el gobierno
permitiese hacer una película como esa, este film demostró que, con
todas las quejas que se escuchan, este país es el único país
libre, el único en el que hay libertad de expresión”.
Curiosas
afirmaciones estas y más viniendo de un europeo que una y otra vez
había espoleado con sus películas a la sociedad americana y a su
establishment…
Lo que si queda claro es que el bueno de Preminger,
desde su independencia, hizo un buen uso de esa libertad de expresión
que tanto alababa.
El motor
argumental de la película, que además es el culpable de
desencadenar la tempestad que da título a la versión en castellano,
es la designación por parte del presidente de los Estados Unidos
(Franchot Tone)
del progresista Robert Leffingwell (Henry
Fonda) como secretario de
estado; el presidente convaleciente de una grave enfermedad cardiaca
ve en Leffingwell al mejor heredero para consolidar su política
exterior a favor de la no beligerancia.
Como la
designación de Leffingwell debe ser refrendada por votación en el
Senado, el jefe del partido que ostenta la mayoría en el Capitolio
(Walter Pidgeon)
ejerciendo su función de consolidar las políticas presidenciales,
comienza a cerrar alianzas con otros senadores para conseguir la tan
necesaria victoria en las votaciones.
Pronto
surgen disensiones dentro del propio partido y el veterano senador
Seabright Cooley (Charles
Laughton), se alza como un
fuerte opositor a la designación de Leffingwell. Los motivos de esta
oposición parten de un planteamiento político conservador y
anticomunista, pero van mucho más allá, ya que se mezclan con un
deseo de venganza personal contra el propio Leffingwell por antiguos
rifirrafes políticos.
Cooley
en la sesión del Senado cuestionará la blandura de sus
planteamientos en política exterior e insinuará en el candidato un
sospechoso exceso de simpatía por el “enemigo comunista”.
Para
despejar cualquier duda sobre la idoneidad del candidato presidencial
se acabará creando una comisión especial, presidida por el joven y
rígido senador por Utah Brigham Anderson (Don Murray), que se encargará
de investigar el pasado de Robert Leefingwell y le someterá a
entrevista en una sesión extraordinaria del Senado.
En
paralelo a la investigación dará comienzo una guerra sucia entre
los partidarios de ambas facciones y en ella la mentira, el
encubrimiento y la coacción serán moneda de uso corriente.
Leefingwell y Anderson sufrirán fuertes presiones al ser amenazados
con revelar elementos de su pasado, ya que si éstos finalmente
acabaran por hacerse públicos destruirían algo más que sus
respectivas carreras políticas.
Al
contrario de lo que cabría suponer la cuota de pantalla esta
repartida de una forma poco jerarquizada, estrellas y actores de
menor popularidad se reparten de forma coral el peso interpretativo,
dejando a la cinta huérfana de claros protagonistas; y esto es algo
que nos da pie a afirmar, sin miedo a equivocarnos, que el verdadero
protagonista es Washington, el Washington de las intrigas políticas.
La
película está fragmentada en dos partes:
La
primera parte es claramente expositiva, en ella Preminger
nos presenta las líneas maestras de la trama, a los personajes y el
funcionamiento del Senado.
En esta
primera parte el tempo narrativo es dinámico sin llegar a ser
acelerado, Preminger
utiliza sus habituales planos secuencia con unos virtuosos
movimientos de cámara para perseguir a los políticos en sus idas y
venidas por pasillos, fiestas, oficinas y domicilios particulares.
También
se toma su tiempo con planos explicativos, encuadrando escenas
corales con planos generales o bien planos medios, en las que los
intérpretes mantienen extraordinarios diálogos y monólogos, que
sirven para guiarnos a través de lo que podíamos denominar,
parafraseando el título de Altman,
“El Juego de Washington”:
Una batalla de salón entre políticos en la que se alternan el
intercambio de golpes de oratoria en las sesiones del senado y las
intrigas entre bastidores, con las cenas, fiestas y partidas de
cartas donde todos se comportan como viejos amigos.
Ajeno a
toda la camarilla senatorial permanece Robert Leefingwell; el
personaje interpretado por Henry
Fonda se erige como
coprotagonista en la primera parte de la película junto a Walter
Pigdeon y al gran Charles
Laughton.
Fonda,
es el de las grandes ocasiones; sobrio, intenso, desplazándose por
la escena como sólo él sabe hacerlo; encarna al honesto y capaz
Robert Leffingwell, un hombre de mente abierta, perfecto conocedor de
las reglas del “Juego de
Washington” y poco dado a
participar en el mismo ya que prefiere mantener su plena
independencia.
Charles
Laughton, en el que sería
el último papel de su dilatada y exitosa carrera, encuentra en el
viejo y reaccionario senador Seabright Cooley uno de esos papeles
hechos a su medida. Su composición del personaje abarca registros
que van desde el animal político, al simpático veterano con sonrisa
de niño travieso, pasando por el patriota airado.
Cooley
es a la vez opuesto y Némesis de Leefingwell; cínico y taimado,
pero capaz de conmovernos con su oratoria de grandes y emotivas
frases.
En esta
primera parte también son dignas de mención las interpretaciones de
Walter Pigdeon
como el senador jefe del partido mayoritario y de Franchot
Tone que se encarga de
ponerse en la piel del casi todopoderoso presidente de los EEUU.
Ellos encarnan al Príncipe
y a su Maquiavelo,
ambos son personajes arquetípicamente premingerianos
difíciles de encasillar en cuanto a su moralidad.
En la
segunda parte del film predominan los elementos dramáticos y el tono
empleado por Preminger
para la narrar se acelera progresivamente, cargándose de tensión
hasta llegar a un clímax trágico.
Aquí el
maestro hace un uso notable de los planos secuencia, las panorámicas,
los movimientos de grúa y sus célebres enfatizaciones con el zoom.
Todo
ello estructurado linealmente, sin trucos de montaje, ensamblando una
secuencia con otra con sus inestimables encadenados; estamos ante un
realizador maduro, con un estilo completamente definido y depurado.
El
protagonista absoluto de esta segunda parte es Don
Murray, el senador Brigham
Anderson presidente de la comisión investigadora; los hoy en día
olvidados Don Murray
e Inga Swenson (que
interpreta a la sra. Anderson) están magníficos en sus respectivos
roles de hombre atrapado en un conflicto moral que no sabe resolver;
y el de devota esposa confusa y angustiada que trata de ayudar su
marido; ambos aguantan todo el peso trágico de la película.
Mención
especial en esta segunda parte para Lew Ayres, que interpreta al
vicepresidente y para George Grizzard el arribista
senador Van Ackerman; son dos personajes a los que Preminger se
acerca, rompiendo su celebre distanciamiento, mostrándonos a dos
individuos atípicamente polarizados en lo referente a su moralidad
(Ayres
en positivo y Grizzard
en negativo); en ellos tenemos a dos raras avis dentro de la
geografía de personajes realistas del director austríaco, donde no
solemos encontrar malos ni buenos, sólo seres humanos.
Por
último mención de honor para Saul
Bass y sus expresivos
títulos de crédito, esta vez saliendo de una esquemática
representación de la cúpula del Capitolio abierta como una boca.
Otra genialidad del maestro Bass.
Y como
no para la voz de Frank Sinatra, que tiene a bien
dejarnos escuchar unos cuantos compases de uno de sus temas
especialmente compuesto para la película.
Y así
finalizo esta reseña sin nada más que recomendaros, como siempre,
el visionado de esta magnífica película del maestro Preminger;
sólida, valiente, magníficamente interpretada y realizada.
Todo un
alarde cinematográfico sobre un tema que hoy por hoy sigue siendo de
máxima actualidad: los juegos de poder y las ambiciones de los
políticos; que desgraciadamente poco o nada tienen que ver con los
intereses y el bienestar de los ciudadanos a los que representan.